lunes, 10 de junio de 2013

(A Fausto, que ha dejado de bailar.)

¿Por qué dejas marchar a esa linda muchacha, que tan deliciosamente cantaba para incitarte a bailar?

FAUSTO: ¡Ah! en medio canto, saltó de su boca un ratoncito colorado.

MEFISTÓFELES: ¡Vaya razón! Eso no hay que tomarlo a pecho. Ya basta que el ratón no fuera gris. ¿Quién hace caso de ello en la hora propicia al amor?

FAUSTO: Luego vi...
MEFISTÓFELES: ¿Qué?

FAUSTO: Mefisto, ¿ves allí una pálida y hermosa jovencita que está sola y apartada? Se aparta lentamente del lugar, y diriáse que anda con los pies encadenados. Debo confesarlo: pienso que se parece a Margarita.

MEFISTÓFELES: ¡Déjalo, déjalo! Eso no hace bien a nadie. Es una figura encantada y sin vida, una sombra. No es bueno encontrarla. Su mirada fija hiela la sangre, y el hombre se convierte casi en piedra. Sin duda habrás oído hablar de Medusa...

FAUSTO: En verdad, son los ojos de una muerta, que una mano amorosa no ha cerrado. Éste es el seno que Margarita me ofreció; éste es el dulce cuerpo que yo gocé.

MEFISTÓFELES: Eso es hechicería, insensato, fácil de seducir. 
Porque ella se presenta a cada uno como si fuera su amada.

FAUSTO: ¡Qué delicia! ¡Qué tormento! No puedo sustraerme a su mirada. ¡Cuán singular es que adorne su hermoso cuello un solo cordoncito rojo no más ancho que el borde de una cuchilla!
.
.
.
.
.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario