¿Por qué dejas marchar a esa linda muchacha, que tan deliciosamente cantaba para incitarte a bailar?
FAUSTO: ¡Ah! en medio canto, saltó de su boca un ratoncito colorado.
MEFISTÓFELES: ¡Vaya razón! Eso no hay que tomarlo a pecho. Ya basta que el ratón no fuera gris. ¿Quién hace caso de ello en la hora propicia al amor?
FAUSTO: Luego vi...
MEFISTÓFELES: ¿Qué?
FAUSTO: Mefisto, ¿ves allí una pálida y hermosa jovencita que está sola y apartada? Se aparta lentamente del lugar, y diriáse que anda con los pies encadenados. Debo confesarlo: pienso que se parece a Margarita.
MEFISTÓFELES: ¡Déjalo, déjalo! Eso no hace bien a nadie. Es una figura encantada y sin vida, una sombra. No es bueno encontrarla. Su mirada fija hiela la sangre, y el hombre se convierte casi en piedra. Sin duda habrás oído hablar de Medusa...
FAUSTO: En verdad, son los ojos de una muerta, que una mano amorosa no ha cerrado. Éste es el seno que Margarita me ofreció; éste es el dulce cuerpo que yo gocé.
MEFISTÓFELES: Eso es hechicería, insensato, fácil de seducir.
Porque ella se presenta a cada uno como si fuera su amada.
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